¿Te imaginas llegar a una fiesta donde tu pareja no es necesariamente tu única compañía esa noche? Pues esto ya no es una fantasía, sino una realidad que muchos viven… en silencio.
Aunque pocos lo admitan en voz alta, la práctica del swinging —intercambio consensuado de parejas para encuentros sexuales— ha ganado espacio entre parejas que buscan explorar su sexualidad más allá de los convencionalismos.
A través de plataformas privadas, grupos de Telegram y perfiles en redes sociales como Twitter o Reddit, muchos panameños han encontrado comunidades donde se normaliza lo que para otros aún es tabú.
Una usuaria consultada, que pidió anonimato, confesó: “Con mi esposo llevábamos 10 años y sentíamos que algo faltaba. Lo intentamos una vez… y nos gustó. No es libertinaje, es un acuerdo”.
Algunos hoteles organizan “noches temáticas” de forma discreta. Y aunque no hay cifras oficiales, los administradores de grupos afirman que hay más de mil miembros activos solo en uno de ellos.
La práctica requiere de reglas claras: consentimiento, respeto, discreción y límites bien definidos. No todo es ‘todos con todos’. “Antes de llegar a una fiesta, uno ya sabe lo que va y lo que no va”, dice otro participante habitual.
Pero no todo es perfecto. Algunos psicólogos advierten que, sin una base sólida en la pareja, este tipo de experiencias puede generar celos, inseguridad o rupturas. “El problema no es el sexo, sino la comunicación”, apunta la terapeuta sexual Isabel Reyes.
Aun así, el interés sigue creciendo. Y mientras muchos lo critican desde la moral, otros lo ven como una forma de revivir relaciones de largo plazo o de explorar deseos que no caben en la monogamia tradicional.
¿Moda, necesidad o simplemente libertad sexual? Lo cierto es que los swingers ya no están tan escondidos. Están ahí, en la oficina, en el gimnasio o quizás… en tu propio edificio.