El caso de Adriana Smith, una enfermera afroamericana de 30 años y madre de un niño de siete, ha puesto en el centro del debate ético y legal a la opinión pública estadounidense. Adriana fue diagnosticada con muerte cerebral el 19 de febrero de 2025 en el Hospital Universitario Emory Midtown de Atlanta, tras haber sido inicialmente dada de alta sin estudios diagnósticos, a pesar de presentar un dolor de cabeza severo. Horas después, regresó al hospital con coágulos cerebrales que culminaron en la declaración de muerte encefálica.
Adriana se encontraba en la novena semana de su segundo embarazo. Desde su diagnóstico, ha sido mantenida con soporte vital durante más de 90 días, con el objetivo de permitir que el feto alcance la viabilidad extrauterina. Sin embargo, el seguimiento clínico ha revelado la presencia de líquido excesivo alrededor del cerebro del feto, un signo de posible hidrocefalia que podría afectar gravemente su desarrollo neurológico.
La familia de Adriana enfrenta no solo la pérdida inminente de su ser querido, sino también la angustia por el incierto pronóstico del bebé, que podría nacer con discapacidades severas o incluso no sobrevivir tras el parto. A esta carga emocional se suma el esfuerzo económico necesario para mantener el tratamiento prolongado.
El trasfondo legal complica aún más esta situación. La Ley LIFE de 2019 de Georgia prohíbe el aborto una vez detectada la actividad cardíaca fetal, alrededor de la sexta semana de gestación, y reconoce al feto como sujeto de derechos. Aunque esta legislación contempla excepciones para preservar la vida o la salud de la madre, no establece de manera explícita disposiciones para casos en los que la madre haya sido declarada en estado de muerte cerebral. En este contexto, el hospital interpretó sus obligaciones legales como la necesidad de mantener a Adriana con soporte somático para intentar que el feto alcance la semana 32 de gestación.
El caso ha encendido un intenso debate en torno a los derechos del feto, los límites de la intervención médica, el respeto a la dignidad de la mujer, y el papel de la familia en decisiones de vida o muerte. “Nos enfrentamos a una situación dolorosa e incierta. Queremos lo mejor para el bebé, pero también debemos considerar lo que Adriana hubiera querido y lo que podemos soportar emocionalmente”, expresó un familiar cercano, visiblemente afectado.
Activistas, bioeticistas y expertos legales han señalado que este caso pone de relieve la necesidad urgente de revisar las leyes existentes para abordar de manera más clara y humana estos escenarios extremos. Mientras tanto, Adriana Smith sigue conectada a las máquinas que mantienen latente la esperanza de que su bebé pueda sobrevivir.